sábado, 21 de febrero de 2009

The Molachos Journal




This is the hour of John Barleycorn's subtlest power...

a Jack...


comencé a beber a los seis años. hay que decirlo así: sin ambición y sin vergüenza. fue un gesto directo. un vaso. dos. y luego todo giró. bebí la locura en un patio rebozante de verde, bajo la delicada lluvia de octubre. quise ahogarme en una pileta. resbalé en lodo pero ví el jardín, el árbol, el cielo apacible del día de mi muerte.

mi abuelo me enseñó. fue un hijo de puta con clase que murió alcohólico en un hospital barato. todos los días llegaba a la casa con sus amigos. aquello era una fina lección de eclecticismo. se hablaba de cumbias y de Milton. se escuchaba a Wagner y a Nat king Cole; a Ray Charles y a Rigo Tovar. mike laure fue a mi casa. pero nunca se quedaban. terminaban follando con rameras en Chapala.

luego hubo una larga pausa hasta la secundaria. en el primer año, hubo una posada en la casa de manolo, bebimos todo el whisky que nos era posible. siempre tuve buena resistencia, y ellos eran demasiado fresas. nunca tuve problemas para beber demasiado. mi resistencia, sin embargo, produjo soledad, la absoluta y resplandeciente soledad de la que hablaba Góngora. no lo entendía entonces y no podía hablarlo con ellos.
antes de morir mi abuelo me explicó que era una condición natural. que en Milton se leía como Lucifer siempre fue un ser abandonado y solitario, pero que era mejor reinar en el infierno que servir.... nunca conocí a mi padre, y siempre tuve problemas con la autoridad, supuse entonces que me acostumbraría a observar, a lidiar, a terminar yo sólo con todas las putas botellas.
también me explicó que debía buscar mi propio lugar, mi bar. un lugar con personalidad, con furia, donde el precio del alcohol fuera razonable. un lugar en donde poder estar solo. un lugar en donde poder estar acompañado.

encontré ese lugar en el Molachos, una cantina de bajo perfil a la antigua en el centro de Guadalajara.
a pesar del título, estas crónicas no se centran en el molachos, abarcan varias cantinas del centro de la ciudad. tampoco se centran exclusivamente en las borracheras, Fadanelli, Fante, Bukowski, London y el mejor Baudelaire han dicho lo esencial.
el titular obedece más bien a que el molachos es la base. no sólo de largas noches de fiesta sino el lugar desde el cual pienso y prefiguro muchos de los textos.

la inquietud es describir esas largas caminatas nocturnas, con un walkman, con un discman, con un ipod, y solo, totalmente solo, en las que nunca conseguía dormir ...nunca perseguí el sueño americano. he bebido hasta ahora, bebo en este momento, y siempre estaré sediento...


fotografías: de la serie pretenciosa y avergonzante i found myself in the middle of the next week. un pálido intento por captar la monotonía citadina, en donde súbitamente es martes, pero de una semana posterior a la que creías... la redundancia periódica impide notar la diferencia.

4 comentarios:

  1. JOHN BARLEYCORN
    Al contrario de ti, yo sí tuve padre y madre. Ellos se encargaron de alejarme de John Barleycorn. Él fue el causante de muchos de nuestros desasosiegos infantiles. Mi padre borracho hasta el éxtasis vociferaba, golpeaba, era furia, fiebre, una fiebre amarilla. Un tío murió diabético, ciego, relativamente joven. Dos tíos diabéticos. Eran ya leyendas los hombres que embriagados de cebada o de mayahuel, la hombría y embriaguez en sus ojos, apuntaban contra aquél que ameritaba la muerte, en esos bailes, en esas fiestas en donde barleycorn era el anfitrión.
    Mi abuelo no me enseñó a Milton, pero con soberbia se alejó de la Iglesia y de sus dogmas. No creía en un infierno. Decía que éste tú te lo buscabas en la vida. Amante de la tierra, la música, de mayahuel y el baile…

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  2. Mi niñez no conoció la soledad. Sus aleteos aún no me rozaban. Crecí en el canto, la risa, la gratitud, la inocencia. Mis experiencias con barleycorn empezarían más tarde. Mi delicado estómago habituado a lo dulce, aborreció el sabor de la cebada al primer trago, mas mayahuel me era más amigable. Debido a los precios de ésta, tuve que acostumbrar mis labios a la amargura de la cebada. Ésta me ha hecho conocer otros mundos diferentes a los de mi niñez. La inocencia y la timidez ceden hacia la luz blanca y es posible entonces reconocer grandes verdades o ponerme en contacto con el mundo sin las máscaras o mantos con los cuales me cubro para alejarlo de mí. A veces, no obstante, el llanto o la altivez me abruman. O el terrible vértigo. Entonces vocifero y lanzo tres mil y una imprecaciones contra John barleycorn que así me ofusca con su prometedora luz blanca. 24 horas debe pagar mi cabeza por desear acceder a esa luz… pero como lo terrible es maravilloso vuelvo a su búsqueda.

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  3. Los Molachos y el bar de Saúl han sido testigos de encuentros y desencuentros, confesiones, verdades… siempre volveré mis pasos hacia ellos, porque habitan la sobriedad y hospitalidad de los simples mortales, que se saben sólo puñado de tierra mojada con canto.
    La santa me enseñó que el vodka debe tomarse con elegancia. Y entre martinis hicimos las paces. Me reconoció merecedora de su gracia
    Antes no estuve sedienta. En este preciso instante en que escribo desearía estar embriaga en un balcón que apunta hacia el horizonte y prometedor de mucha luz blanca.

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  4. anónimo anónimo... deberías pasarme tu blogg, escribes muy bien... por cierto, es El molachos, no los molachos jajaja... y las crónicas no funcionan como una apolog´ñia del alcohol, pero, en la misma medida, no lo satanizan: semiótica de nuestro tiempo, en donde la fanaticada conservadora fustiga al que fuma dentro de un bar!

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